Las piedras no pueden caer del cielo, porque en el cielo no hay piedras» Georges Cuvier (1769 -1832)

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Ocurrió en Barcelona, o al menos así quedó escrito. Sucedió una noche, hace ya tiempo; yo era un crío de seis años, sucedió mientras dormía. Aquella noche ocurrió algo maravilloso; un objeto celeste venido desde las profundidades del Cosmos se precipitó sobre el planeta, atravesó la atmósfera y se estrelló a 100 metros de donde yo vivía. O al menos así se publicó en la prensa.

Fue la noche del 9 de septiembre de 1969 cuando el misterioso objeto impactó en una zona del barrio del Turó de la Peira, situado en el extrarradio de la ciudad y poblado por inmigrantes llegados de todas partes de España en busca de un trabajo que les reportara una mejor calidad de vida.

A primera hora de la mañana siguiente llovió, pero los trozos de una extraña roca desconocida que estaban incrustados en la tierra permanecían calientes. José Castillejos Ortiz fue el vecino que descubrió y dio aviso de la presencia del misterioso objeto.

Hubo que escarbar en el terreno para desenterrar aquel objeto ajeno a nuestro mundo. La roca era un mineral de color verdoso que cobraba peso y tomaba consistencia desde el momento en que los trozos fueron extraídos del suelo. Alrededor de la piedra encontraron unos bichitos blancos según declaración del vecino que encontró el objeto, pero no se atrevió a tocarlos. Así se escribió en la crónica del suceso. Bichitos blancos.

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El misterio se desvaneció en éste punto, un halo de silencio envolvió el hecho y no hubo ninguna noticia más sobre aquella roca que cayó del cielo, sobre quienes se la llevaron o si fue examinada, olvidada en alguna estantería de algún subterráneo almacén de museo o facultad. El objeto de otro mundo se desvaneció sin dejar rastro, también los bichitos blancos.

Aquella montaña al lado de la que vivía fue mi zona de juegos y aventuras infantiles. Confieso que la noticia del meteorito de algún modo me marcó. Algunos días buscaba la zona del impacto, la marca dejada por la roca cósmica. Nunca encontré nada.

Quizás todo fue una tontería, una leyenda urbana de las muchas que me he ido encontrando en Cataluña a lo largo de mi vida, el caso era que el mes de septiembre de 1969 algo realmente ocurrió.

Leí que la astrónoma ucraniana Svetlana Gerasimenko estuvo dedicada a tomar imágenes del firmamento nocturno desde el remoto observatorio de Almatý, en Kazajistán. Ella y su jefe, el astrónomo Klim Churyumov, escrutaban el firmamento con un telescopio Schmidt de gran angular en busca del cometa 32P/Comas Solà, avistado medio siglo antes por un astrónomo catalán y que debería de aparecer por aquellas fechas. Pero al regresar a Kiev y analizar las placas fotográficas descubrió que las imágenes tomadas con intervalos de media hora había un objeto que no debería de haber estado allí.

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Tras un análisis detallado, los dos científicos llegaron a la conclusión de que aquel objeto borroso que cambiaba de posición en dos de las instantáneas era un nuevo cometa, distinto del que buscaban, y al que bautizaron como 67P Churiúmov-Guerasimenko. Un nuevo objeto estelar con una órbita que lo llevaba a acercarse a nuestro planeta periódicamente.

Leí sobre el particular, sobre el misterioso objeto que visitó nuestro cielo en aquella fecha, leí sobre documentos de impactos de meteoritos, algunos incluso llegaron a herir de consideración a alguna persona. Hubo un caso en Arizona en 1954, otro en Uganda en 1992; por suerte para el ugandés herido fue un pequeño fragmento de 3 gr.

Pasaron los años, hablé con vecinos, supe del lugar del impacto, si es que alguna vez se produjo. Una pequeña plaza arenosa con dos bancos rodeada de árboles en medio del parque de la montaña del Turó.

Allí debió de ocurrir el suceso. Me hacía gracia que el objeto celeste debería de ser ‘catalán’ y sin embargo el cuerpo celeste que atravesó el cielo fue otro. Otro pequeño fiasco más para la colección de sinsentidos históricos y culturales defendidos en Cataluña y que no aguantan un asalto al ser enfrentados con rigor ante un estudio científico. Un extraño cuento explicado por la prensa oficial sobre una roca extraterrestre. Y sobre unos bichitos blancos.

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Pasaron los años, llegué a la treintena y un día de tuve noticias del meteorito. Con la ilusión de un crío supe que aquellos fragmentos siderales fueron analizados en un laboratorio. Con la ilusión de un crío freaky y gamberro porque las noticias me llegaban no por la prensa oficial sino por un boletín de investigación que no era el Scientific American precisamente. El boletín era de un grupo científico catalán y el título del artículo no podía ser más explícito: «Vida en el meteorito del Turó de la Peira».

El grupo científico catalán se llamaba Hipergea, una asociación que contaba con unas posibilidades y medios envidiados por todos los investigadores de fenómenos extraños en España. Me he ido dado cuenta a lo largo de mi vida de la existencia de subvenciones y de la participación de entidades públicas catalanas en la labor de asociaciones de este tipo.

La mayoría de los componentes de Hipergea pertenecían a la comunidad científica y académica catalana con disposición de instrumentos, laboratorios y analistas «dispuestos a aceptar lo improbable y, sobre todo, con una apertura de mente que no es normal en el ámbito científico».

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Las investigaciones fueron llevadas a cabo por José Antonio Lamich que analizó los fragmentos del meteorito y realizó un extenso informe en el que afirmaba que encontró elementos orgánicos de presunto origen extraterrestre. Lamich lo describía del siguiente modo: » En el meteorito del Turó de la Peira, que cayó en Noviembre (?) de 1969, descubrimos, después de muchos años de investigaciones, dos microesporas cristalizadas que, después de mucho tiempo de estar buscando alguna similitud tipológica con las de la Tierra, se llegó a la conclusión de que venían del espacio.» Lamich creía que se trataba de una vida extraterrestre muy básica, tan sólo al inició de la cadena.

La publicación se hizo el año 1993, 24 años después del suceso. Lamich equivocaba la fecha de la caída del meteorito, que ocurrió en septiembre y no en noviembre. Error debido quizás al tiempo transcurrido, todo se había tratado en el más estricto de los secretos. Pero la labor de Hipergea no acabó aquí.

Pasada casi una década de la publicación, el investigador comunicaba en una entrevista que había efectuado un nuevo análisis del meteorito, descubriendo otros elementos sorprendentes. Lamich conservaba unas plaquetas y, al examinarlas de nuevo, comprobó que habían aparecido unas herborescencias que jamás se habían dado en ningún tipo de meteorito y que tenían un gran paralelismo con las herborescencias del reino vegetal.

Incluso detectó cristalizaciones, completamente lisas y pulidas, que tampoco se habían observado antes en meteorito alguno. Un hecho que venía a apoyar la teoría de que los condritos carbonosos contienen los elementos necesarios para que en ellos se genere la vida.

Lamich murió en el año 2009 y se volvió a perder la pista de la roca extraña portadora de vida alienígena y de las plaquetas con las muestras que estaban creciendo. Otro misterio más de los que Cataluña está llena. O eso dicen.

Frecuentemente vuelvo al barrio de mi niñez, barrio charnego, de gente humilde por decirlo de alguna forma. Me gusta pasear por la montaña, hay unas vistas magníficas de Barcelona, lo recomiendo a todo el mundo. Como colofón, al bajar de la montaña, recomiendo caminar por el Paseo Fabra i Puig y hacer unas tapas en La Esquinica, legendarias como el meteorito que allí cayó. O eso publicaron.

No recomiendo una visita nocturna, allí ocurren cosas misteriosas como los bichitos blancos que acompañaban a la roca que vino del océano cósmico y quedó varada en la montaña. O así quedó escrito. Puede que fueran una especie vegetal extraña, que se enterraron en el suelo de la montaña y que en estén germinando en este momento.

EPÍLOGO

El cometa 67P volvió a ser noticia el verano de 2014 al descubrirse que su forma es muy diferente a lo que se creía por las antiguas fotos tomadas por los observatorios; en realidad está formado por dos cuerpos unidos y su forma es la de un patito de goma. O así se ha escrito y se puede ver en las últimas fotos tomadas tomadas por la sonda Rosetta enviada por la Agencia Espacial Europea (ESA).

Por cierto, España participa en los gastos de la misión de dicha sonda, altamente sofisticada. El coste soportado es varias veces inferior a lo que recibe anualmente de subvención el Grupo Godó por parte de la Generalitat de Cataluña.

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